La Pobla de Lillet – Puigcerdà
Fábrica de cemento, 3:30 h.
Llueve y, parece que según mi móvil, lloverá todo el día. Me he despertado en medio de la noche de nuevo, estoy todavía un poco a la que salta. Anoche eran los ratones que salían de entre las piedras del muro del cementerio y ahora es la lluvia. Estoy empezando a ver que igual no llego a Toulouse antes del 16.
Fábrica de Cemento, 10 de la mañana.
Esta noche ha llovido un montón y, ahora mismo, tengo todo el equipo, la ropa y la tienda humedas porque hay una niebla del copón. No tengo agua. Tengo el Iphone y la cámara de fotos sin batería y al frontal le debe quedar muy poca. La placa solar no me vale para nada. Entre la niebla, de vez en cuando sale el sol y espero que en un ratillo se me sequen bien al menos las zapatillas para poder seguir pedaleando. Ha sido un error no traerme las botas que me compré en el Decathlon.
Estoy sentado en un area de reposo de piedra. El ambiente es entre gótico y romántico contemporáneo: La niebla abriéndose paso entre la exhuberante vegetación de montaña. La valla metálica donde tengo tendida la ropa. La bici apoyada en la mesa que está empezando a ser devorada por el moho. El dobletecho tendido en una fuente de la que no sale agua. Escribo esto sentado en un banco de piedra mojado y tengo frío.
Este lugar me recuerda a otro a la entrada de Cercs donde cené hace tres años cuando viajaba en la furgo camino Suiza. En aquella ocasión hacía una buena noche y aparqué la furgoneta en un parquing al lado de una fuente natural del Llobregat de donde salía agua a raudales. El merendero estaba equipado con barbacoas, papeleras, bien arreglado y operativo cien por cien. Me hice la cena en la barbacoa. Todo era muy cómodo. Había un grupo grande de gente cenando frente a mí. Gente presumiblemente de la zona. Yo estaba a margen, cené solo y recuerdo que me sentía separado, triste, miedoso.
Ahora, pese a las inclemencias del tiempo me siento bien. Estoy realmente solo. Sin embargo he tenido un sueño inquietante sobre un viejo tema, mi relación con el grupo.
Hoy debería encontrar un lugar donde tener corriente eléctrica y poder cargarlo todo. Lo ideal sería un albergue barato, así podría también asegurarme de que se seca la ropa que aún tengo mojada desde ayer por la mañana. Y podría lavar los platos, ducharme, afeitarme y dormir del tirón sin lluvias ni ruiditos de animales del bosque. Esta noche he escuchado bramar a un ciervo, parece que están en celo en esta época.
Castellar d’en Hug, sobre las cuatro de la tarde.
He salido de la fábrica de Cemento como a las 12:00 h de la mañana. Antes de salir ha aparecido una mujer con su perro bajando unas escaleras de piedra que conducían a la zona donde había pasado la noche. La mujer, de unos 45-50 años, curtida, me pregunta si estoy perdido. Yo le contesto que no, que he pasado la noche ahí y ella, de forma tranquila pero seria, me explica que es un camping privado. Se vuelve a ir por donde ha venido no sin antes decirme que ya sé para otra vez que venga que tengo que pagarle.
Llego a Castellar d’en Hug como a las 14:00 h. Previamente he pasado por las Fonts del Llobregat y me he lavado los dientes en uno de esos fantásticos torrentes de agua que manan desde la roca con una fuerza increíble. Aunque lo intento, desisto de subir hasta el pueblo empujando la bici por un montón de escaleras, así que he bajado de nuevo a la carretera para subir a Castellar.
Cuando llego, compro embutido, queso, pan y yogurt de oveja en un horno que da a la explanada donde me quede a dormir con la furgo hace tres años. La mujer que me vende la comida me cuenta que tiene una casa en la playa de San Sebastián, en Sitges y me dice que hablo muy bien catalán. Me cuenta la historia de un rumano y su mujer que vinieron hace poco y lo bien que hablaba el rumano el catalán en comparación con su mujer que, aun siendo catalana tenía un acento como italiano. La comida estaba magnífica.
Puigcerdà, 00:00 h.
La subida desde Catellar d’en Hug al Coll de la Creueta ha sido durilla pero agradable. Ha supuesto un esfuerzo constante, manteniendo el ánimo, sin prisa, con ilusión, disfrutando del paisaje y vigilando con el pedaleo porque hace días que me duele la rodilla. He subido casi 1.000 m. en unas dos horas. Una vez arriba y, como ya notaba el frío en las manos y los pies, me he puesto calcetines gruesos, camiseta de manga larga y culottes largos. Aún así, ha sido muy poca ropa; a 2.000 metros de altura y a punto de anochecer hace ya bastante frío.
La bajada a La Molina ha sido heladora. En el pueblo, abajo de las pistas, me meto en un restaurante para entrar en calor. Estoy tiritando. Casi no hay nada abierto y este sitio lo atiende una chica postadolescente latinoamericana muy amanerada. Mientras me tomo un vino para entrar en calor, voy sacando más ropa de abrigo de la maleta y el frontal para poder continuar el viaje medio a gusto. Ya está anocheciendo, son las 19:30 h, así que me toca seguir de noche muy bien no sé a dónde. Un hombre rumano que entra al bar me sugiere que vaya a Puigcerdà y que duerma en la estación, que así estaré a cubierto. Sin embargo, yo estoy decidido a encontrar una pensión y no gastar más de 15 €.
Después de pedalear unos 15 km bastante planos, llego a Puigcerdà. La temperatura es mucho más suave, unos 10 grados más que en La Molina. Voy al centro y, tras preguntar a un par de personas llego a la pensión donde me encuentro. Me recibe un hombre alto y muy viejo y de las primeras cosas que me dice es que a él no le gustan las bicis. Me deja la habitación por 15 €, aunque me pedía 20, no sin antes hacerme la observacion: «Yo, si no tengo dinero, no viajo». En realidad la habitación no vale más. Está limpia, tiene baño y una tele enorme de tubo. El sitio es curioso,cutre, perfecto. Puedo cargar todos los cacharros, lavar los platos, cenar tranquilo. Me ahorro el tener que montar y desmontar la tienda y puedo descansar verdaderamente. Un lujo.