Acabo de entrar a vivir en un piso de la planta baja del edificio Hipócrates, una especie de comunidad subiendo al Montgrós. Hace varios días que mi estado de whatsapp es: “Alberto arde” y cosas así, ilustrado con iconos de llamas. No sé porqué hago esto.
Esta mañana, después de limpiar la casa, saco las cenizas de la chimenea de anoche en una bolsa de plástico y las pongo dentro de una caja de cartón en el pasillo, frente a la puerta de entrada a mi casa, al lado de una estantería de madera llena de barnices, pinturas y herramientas de todos los vecinos. Veo que aún no están apagadas las cenizas, pero me da igual, no le doy importancia. Me tumbo para descansar un rato después del trabajo de limpieza. En unos momentos, medio en sueños, comienzo a oir explosiones y crepitares y, aunque me parece que el sonido viene de lejos, abro la puerta de mi apartamento y me sorprende una columna de fuego inmensa. Hago lo que puedo para apagar el fuego con cubos de agua. Es un caos pero logro controlar el miedo y apagar el fuego. Hay una inmensa humareda negra por toda la finca. Esta es la forma que tengo de conocer a los vecinos.